Cuando era niño siempre veía a mi tía y a mi madre bordando, recuerdo muy bien su cara, su mirada nunca se apartaba del bastidor, los dedos no paraban de moverse y las agujas no dejaban de entrar y salir de la tela; no importaba si estaban comentando el chisme mas reciente de la cuadra, o sí mi hermana tiraba algo en la cocina, ellas estaban concentradas en los hilos. Bordaban de todo: manteles, servilletas, ropa, carpetas, peluches, TODO; y me fascinaba ver el resultado final.
Recuerdo el día que les pedí que me enseñaran, fue de las pocas veces que ambas dejaron el bordado un momento, me preguntaron que por que quería hacerlo, y yo solo dije que les quería ayudar; y no sé lo que pensaron, nunca les he preguntado, pero ahora reconozco que dudaron un momento, pero al final me dieron una servilleta, una aguja eh hilo y me sentaron en medio de ellas; me explicaron las puntadas más básicas y comencé, lamento no conservar esa pieza, era horrible, pero me sentí orgulloso al terminarla unas semanas después.
Quería seguir y así lo hice pero con el tiempo me topé con algunos comentarios; “Parece vieja”, “eso es de maricones”, “deja eso o se te va a caer el p…”, “aprende cosas de hombre no esas pende…”, entre otros; yo no entendía que estaba haciendo mal pero lo dejé, crecer en un pueblo machista es difícil ya para un niño LGBT como para complicármelo más.
Años después entendí lo que había pasado, me habían avergonzado, convirtieron uno de mis mayores gustos en algo que lamentaba, dejé una de las cosas que me hacían feliz por que a la sociedad no le gustaba. Obviamente me arrepiento, pero no puedo culpar a mi yo de 8 años, ¿Cómo te defiendes a esa edad de los mayores?; tampoco culpo a mi madre y mi tía, entiendo que dudaron por que ellas sabían que nadie lo iba a ver bien. Y no las culpo por no defenderme por qué ser mujer en el México de los 90´s tampoco debió ser fácil, y criar a un hijo que sabes es “diferente” menos.
Solo quedaba perdonar, y fue lo que hice, me reconcilié con mi pasado, agarré mi quincena y fui a gastar cuanto quise en las mercerías del centro de la ciudad, debo decir que sigue siendo complicado para la gente ver a un hombre comprar artículos de costura/bordado. Por un tiempo me encerré en mi recamara, reaprendiendo puntadas con videos, perfeccionándolas. Pero yo estaba en un momento de mi vida en la que ya no quería dejar que nada me avergonzara, así que busqué nuevos espacios, encontré donde tomar cursos y de ahí me uní a un club de bordado. La primera vez que iba a ir a un reunión estaba nervioso, aún conservo la pieza que comencé ese día, no me sorprendió ser el único hombre, pero si me sorprendió la facilidad con que todas esas mujeres me aceptaron, nadie en ese lugar me juzgaba, bueno, tal vez solo por la calidad de mi trabajo.
A todo mundo le contaba que estaba en un club de bordado, a todo mundo le hablaba de hilos y como me fascinaba bordar, me sentí de nuevo ese niño de 8 años que por fin estaba haciendo lo que quería, 18 años después pero lo estaba haciendo, logré hacer lo que me apasionaba y logré que mucha gente lo reconociera. Sigue habiendo gente que lo ve mal, incluso gente que sigue repitiendo los comentarios de cuando era niño, pero por eso mismo lo sigo haciendo, por que el bordado no es algo que hago por capricho es algo que hago por convicción, por gusto y por pasión sobre todo. Y seguiré haciendo esto hasta que no existan esas voces que lograron pararme cuando era pequeño, por que sé que hay más niños en algún lado que las están escuchando y quiero decirles con mi trabajo que pueden ignorarlos, que pueden hacer lo que les gusta y que no está mal.
Y fue así como el bordado se volvió parte mi, de mi personalidad, soy el hombre de 1.83 metros que borda piezas de 3 cm y que encima de todo, sin presumir, le quedan perfectas, y amo que así sea.